La salida de hoy me hace especial ilusión reflejarla en estas líneas, pues sin ningún tipo de duda, puedo afirmar rotundamente que hasta la fecha, es la salida más difícil, completa y entretenida a la que nos hemos enfrentado en familia.
El
objetivo es tan claro como desconocido: les Agulles de Montserrat. Mucho me han
hablado sobre la zona, algo lógico si tenemos en cuenta que las tenemos a pocos
km de casa, pero nunca había tenido la ocasión de descubrirlas. La zona ya la
conocemos bastante de haber hecho otras salidas a la Roca Foradada. De hecho,
les Agulles de Montserrat comprende el tramo de montaña que va desde el inicio
de la Sierra por el lado de Can Maçana, hasta el Coll de les Agulles,
incluyendo la Roca Foradada y la Cadireta.
La
salida no la hacemos temprano, pues tenemos intención de pasar el día en la
montaña. Una vez estacionamos en Can Maçana, nos perpetramos con todo el
material e iniciamos la ruta por el conocido camino que nos conducirá al Coll
de Guirló. Una vez allí, nos desviamos del camino evidente hacia la derecha,
siguiendo las indicaciones en la misma dirección del Refugio Vicenç Barbé.
Vamos avanzando por una sinuosa y divertida senda. Pronto disfrutamos de unas
vistas muy amplias de la cara sur de la sierra. Sin tiempo a saborearlo,
llegamos al primer reto de la excursión. Una larga y fácil grimpada nos permite
alcanzar la Portella. Los niños se comportan como unos campeones, y es en estos
terrenos más técnicos donde empiezan a dar muestras de la experiencia que
inconscientemente están adquiriendo en la montaña. Se desenvuelven muy bien, y
nuestro trabajo, más que ayudarles o motivarles, es de frenar el exceso de
euforia momentánea que les pudiera llevar a cometer algún error por falta de
atención. En estos momentos es cuando noto que por dentro me recorre un
cosquilleo en forma de orgullo. Y no de orgullo por ver lo que les he enseñado
a mis hijos, sino en forma de satisfacción por ver las capacidades y autonomía
que están desenvolupando por sí mismos a partir de unas bases que les mostramos.
Y esto es el principio, pues a lo largo de la jornada, en donde nos hemos ido
encontrando con adversidades de diferentes niveles, han demostrado generosidad,
paciencia, valentía, iniciativa, equipo y amor por la montaña. Yo he tardado
muchos años en asimilar esto en la vertiente montañera, y a ellos les he visto
muestras de ello a tan precoz edad.
Superado
este entretenido paso, nos desviamos del que sería el principal trayecto hacia
el Refugio, para seguir en dirección hacia lo que son la cara sur de les
Agulles. Para ello, con mucho cuidado, ascendemos la loma de una roca de conglomerado, la que nos lleva a una cresta muy expuesta. Seguimos por un pequeño
bosque de encinas hasta llegar a uno de los pasos más conocidos de la ruta. Se
trata de una pared de conglomerado que para superarla se tiene que valer de la
ayuda de unas cuerdas que hay instaladas de forma permanente. No es un paso
complicado para una persona que esté acostumbrada a hacer montañismo, pero
tenemos que tener en cuenta que estamos hablando de unos niños de 6 y 7 años.
La primera en subir es Susana, no sin dificultades. Es la primera vez que nos
ayudamos de cuerdas, y para sortear de forma limpia estos pasos, la confianza
en uno mismo es una de las más importantes premisas. La idea de que pase Susana
primero es disponer de un adulto en cada extremo del paso. El siguiente en
afrontar el desafío es Joan. Se desenvuelve bastante bien. Tiene una capacidad
innata para las actividades físicas que le permite afrontarlas con garantías y
de forma solvente.
Por la
que más temía era por Maria. Tiene muchas ganas de empezar, y de hecho se
avanza antes de tiempo. Éste primer contacto le devuelve a la realidad y se
empieza a dar cuenta a lo que se está enfrentando. Por momentos parece que los
nervios y la ansiedad se quieren apoderar de ella, pero sorprendentemente en
ella, se centra, escucha atentamente mis indicaciones y accede a hacer un par
de test previos antes de subir. Todo un éxito. Se da cuenta de sus
posibilidades y la autoestima le crece exponencialmente a cada paso que hace.
Si tratáramos de valorar el paso técnicamente, creo que al final habrá
resultado que es la que mejor lo ha resuelto. Un 10 por los cuatro.
Una vez
superado este tramo, ascendemos a través de unos bloques de conglomerado a una
terraza en lo alto, dónde lo más sensato es sentarse y disfrutar de las vistas.
No lo dudamos. Los cuatro dedicamos un largo rato a estudiar las caprichosas
formas que ha adquirido los diferentes rocas de la montaña, incluida la Bola
del Partió. El día es muy bueno, y prueba de ello es que en casi todas las
agujas podemos divisar algún grupo de escaladores. Realmente perdemos por un
momento la noción del tiempo, pero tampoco tenemos prisa alguna. Desde buen
principio he notado que la jornada de hoy será para saborear a fuego lento las
sensaciones y momentos vividos.
Pero el
cuerpo nos pide más, y seguimos la marcha. Nos adentramos nuevamente en un
bosque de encinas. Durante un buen rato iremos alternando tramos de bosque y
tramos de roca, pues pasamos circunvalando literalmente la base de las
diferentes agujas. En algún tramo incluso podremos asomarnos en algún mirador,
para ver la cara norte y la zona de la Caidreta y Roca Foradada por debajo
nuestro.
Llegado
un momento, encontramos en un fuerte descenso por dentro del bosque que la
pendiente se pronuncia hasta llegar a una larga brecha entre rocas. Para
superar este tramo de descenso hay que valerse nuevamente de unas cuerdas
instaladas para este fin. El paso es complicado, pero un serio trabajo en equipo
permite afrontarlo sin mayores quebraderos de cabeza. Seguimos avanzando
lentamente, pues el terreno es muy rompepiernas y no paramos de subir y bajar,
con lo que realmente en línea recta el avance es muy relativo. Vamos superando
alguna zona de grimpada sin mayores complicaciones. No obstante, la intención
es comer cuando lleguemos al Coll de les Agulles, zona donde intuimos que
podremos coger el sendero fácil que nos devuelva a Can Maçana. Va corriendo los
minutos y no alcanzamos el objetivo, y empieza a ser ya un poco tarde para
comer. Tomamos la decisión de posponer la hora de comer hasta alcanzar el punto
marcado, pues no es conveniente parar sin tener referencias exactas del punto
en el que nos encontramos y no saber el recorrido que nos pueda faltar hasta
llegar. Por el camino dejamos atrás miradores excepcionales y únicos, que solo
se pueden disfrutar en este recorrido, así como algún que otro paso entretenido
y/o expuesto.
Pero
incluso en estos momentos de incertidumbre y ansiedad por no saber exactamente
donde estamos, el resto del grupo me transmite una serenidad y confianza de que
lo estoy haciendo bien, y que las decisiones tomadas son ratificadas
entendiendo que son para garantizar el
bien del grupo. Y es en este momento de mayor desconcierto personal cuando
encontramos las indicaciones de que nos encontramos en el Coll de les Agulles.
No hay discusión alguna. Acampamos y nos disponemos a tomarnos un merecido
descanso mientras comemos y nos relajamos haciendo alguna broma. Con Joan y
Maria, eso sí que es verdad que nunca puedes aburrirte, siempre tienen alguna
broma preparada para robarte una carcajada.
El
lugar es encantador. Se trata de un collado situado dentro de un bosque de
encinas, lo que le confiere un microclima muy húmedo, que a la postre
condicionará el siguiente tramo a atacar.
Recogemos
tranquilamente y nos ponemos en marcha en pronunciado descenso por una senda
evidente, la cual pierde altura rápidamente por una canal en forma
zigzagueante. Para sorpresa nuestra, esta canal da muestras de ser un claro
desagüe de la montaña en tiempos de lluvia, pues hay muchas piedras y arboles
arrastrados. Llegamos a un tramo bastante castigado que, junto a la húmeda
reinante en el piso, lo hace muy difícil. Algunos pasos por la erosión del agua
se convierten en peligrosos, y yo mismo no me salvo de un buen golpe en un
resbalón.
Con
paciencia, tensión y mucha disciplina lo superamos. He padecido bastante, sin
embargo tanto Susana como Maria y Joan me están transmitiendo una fuerza
intangible que me hace creer en los cuatro como un grupo único e indivisible.
Enseguida
el sendero se va haciendo más amable, y la espesa vegetación de la canal se va
abriendo, para ofrecernos referencias visuales de nuestra posición. La roca de
la Cadireta es la mejor guía para posicionarnos y tenemos claro que salvo algún
contratiempo, en menos de una hora ya podremos estar desabrochándonos el
calzado de montaña en el coche.
Avanzamos
por el sendero GR-172 y pasamos por el desvío de acceso a la Roca Foradada. A
partir de éste momento ya coincidimos con más grupos de personas, y los 40
últimos minutos de excursión se hacen de forma mucho más relajada y espontánea,
aprovechando para hacer bromas, y algún que otro susto.
Después
de cinco horas alcanzamos el parking de Can Maçana. Unos cansados, otros
aliviados y yo lleno de satisfacción por la excursión que la familia ha
resuelto con gran éxito. Sé que las palabras se me quedarán pequeñas para
reflejar lo que siento al finalizar esta marcha, pero no quería dejar escapar
la ocasión de al menos dejar una huella que pudiera constatarlo.
Monserrat
siempre ha sido un lugar especial para mí, y la cima
de Sant Jeroni su mejor embajador, pero las Agullas de Montserrat, por lo
vivido en esta expedición familiar, se ha ganado un rincón privilegiado en mi
corazón.


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