sábado, 7 de abril de 2012

Roma

Los planes iniciales para ésta Semana Santa eran recorrer con la autocaravana la costa cantábrica, pero un año más, y ya van tres, surgieron cambios sobre la marcha. Todo surgió a raíz de una propuesta que nos hicieron en una de las conferencias de viajes que realizan en una agencia de viajes: una escapada a Roma. Ya llevábamos tiempo queriendo hacerla, pero el coste que se derivaba para una escapada de un par de días siempre nos echaba atrás. En ésta ocasión el precio parecía interesante, y al ser en Semana Santa, podíamos alargarlo varios días más. Empezamos a madurar la idea. Se lo propusimos a la yaya Maria por si quería hacerle un regalo sorpresa al yayo Pepe, pues por acontecimientos familiares últimamente no han podido o querido viajar tanto como les hubiera gustado. Sin dudarlo la yaya accedió y lo dejó todo en nuestras manos. Una vez decididas las fechas y adquiridos los billetes de avión, se presentó mi talón de aquiles a la hora de preparar un viaje sin autocaravana: encontrar alojamiento. En esta ocasión con el reto de que fuera económico, pudiera gustarnos tanto a nosotros como a nuestros padres y fuera práctico para ir con los peques. Y todavía me faltaba un hándicap más: visitar Roma en Semana Santa se antoja toda una odisea conseguir alojamiento con solo un mes de antelación. Costó muchísimo decidirme por uno, y una vez conseguido, no lo acabé de ver claro, aunque mis intentos de anular la reserva fueron en vano. En fin, la decisión ya estaba tomada, así que a ver que nos deparaba. A medida que se acercaba el día de partir íbamos ultimando los detalles de los preparativos. Como siempre, yo me encargaba de documentarme de las visitas turísticas.

Sábado, 7 de Abril
Por fin llega el gran día. El vuelo sale pronto, con lo que tenemos que salir de casa pasadas las 5 de la mañana. Confiábamos que los peques seguían durmiendo en el trayecto hasta el aeropuerto. Ingenuos. Con la emoción de su primero vuelo en avión y que les acompañaran los abuelo se pasaron toda la mañana hablando sin parar.
Aparcamos el coche en un hotel próximo al aeropuerto. Un servicio exquisito, y en pocos minutos un autobús nos lleva hasta la terminal del aeropuerto. La emoción invade a los pequeños y a los no tan pequeños. Facturamos y nos toca una pateada del copón hasta la puerta de embarque. No sabría explicar en qué, pero se nota que no somos usuarios asiduos dl aeropuerto. Nos emocionamos con cualquier cosa que se cruza a nuestro paso.
Entramos al avión y nos situamos en los asientos asignados. Estamos todos juntos. Los nervios de la emoción invaden a Joan y María, que no paran de hacer preguntas y mirar por la ventana. Llega el momento más esperado. Despegue del avión. La tensión que tienen hace que se tranquilicen un poco, pero enseguida vuelven a soltarse. Durante el trayecto disfrutamos de un bonito amanecer. Estamos acercándonos a Fiumincino, con lo que toca volver a ponerse los cinturones de seguridad. Aterrizamos y embriagados de la emoción, salimos disparados a buscar las maletas. Joan y Maria gritan de emoción al verlas aparecer. Una vez salimos del aeropuerto, nos dirigimos a buscar el autobús que nos debe llevar hasta Termini, ya en Roma. Llevamos la reserva ya hecha desde casa, y menos mal. Nos saltamos una cola de más de cien personas y subimos al primer autobús, sin tener que esperar ni un minuto. Llegamos a Roma, y mi primera impresión es de caos circulatorio. Pero un caos controlado. Una de las dificultades más grandes que me he encontrado en este viaje es la de tratar de buscar algo llevando tras de mi a tanta gente, con lo que te dificulta si cabe más la capacidad de improvisación. Tardamos un rato hasta encontrar el autobús que nos debe llevar hasta el apartamento. Como buenos turistas, hacemos gala de la fama que en Roma nadie paga en el autobús (aunque después de la experiencia recomiendo no abusar, porque por poco nos sale cara la broma).
No tenemos muy claro en que parada bajar, y al grito de Susana, salimos todos del autobús sin saber muy bien si es aquí la parada. Como siempre, la ha clavado. Llegamos al apartamento. Alessandro nos recibe cordialmente. Las habitaciones son confortables. Finalmente nos ofrecen dos habitaciones de matrimonio con lavabo interior. Conocemos a su hija, que casualmente se llama Maria. En el piso estaremos alojados nosotros, una pareja inglesa y los propios anfitriones. Ponen a nuestra disposición la cocina para lo que podamos necesitar. No perdemos mucho tiempo en las presentaciones. Dejamos los bártulos y nos dirigimos a conquistar Roma.
Destacar que en Roma hay varias cosas que han sido una tónica repetitiva en algunas dosis de cansina: ruina, muchas ruinas; gente, mucha gente; vendedores de paraguas o muñecos de goma que no paran de tirar al suelo para que veamos asombrados como recuperan la forma una y otra vez; otros tantos ataviados con cámaras polaroid intentando colarte una foto; nos hemos pegado unos artones a patear que dan miedo y las peleas de los peques por el cochecito, brazos de los adultos o subir a los hombros.
Nuestro primer objetivo es la Plaza Spagna. Entramos por la parte alta, donde hay un mercadillo de lienzos. En esta ocasión no estamos por la labor de dejarnos seducir por uno (cosa que hacemos en muchos de los viajes al extranjero, y que finalmente acabaríamos sucumbiendo).
Empezamos a sufrir en nuestras carnes lo que significa escoger Semana Santa para visitar Roma: gente por todos lados. Va siendo hora de comer, y es el momento del protagonismo del abuelo Pepe y la Susana, pues son los encargados de la ruta gastronómica. Debo reconocer que en este aspecto soy más partidario de comer tipo bocatas o pitzzas rápidas, pues son muchos días, y el presupuesto en comidas se puede acabar disparando, como acabó pasando. Pero como dice Susana, a Roma solo iremos una vez, y ya que vamos, pos lo hacemos bien.
En el tema de comidas hay gustos para todos. Yo considero que he comido muy bien, en sitios caros y en otros que no lo eran, pero en general bien. Sin embargo el Pepe ha vuelto con la sensación que no ha disfrutado con uno de sus mayores placeres, al igual que la Maria. La Susana tampoco ha comido mal, pero no tira cohetes de la comida italiana. En lo que si estamos todos de acuerdo en que los helados están de muerte,,, ah y que la abuela no puede pedirse una ensalada para ella sola, que la tiene que poner en medio para compartir, por orden y mando de Maria. Una cosa que también nos ha sorprendido a Susana y a mí ha sido una actitud un poco rebelde de Joan y Maria en el momento de sentarse en la mesa, cosa que en los múltiples viajes que hemos hecho no habíamos apreciado. Supongo que la emoción de la presencia de los abuelos (junto con unas pequeñas dosis de permisividad por parte de todos han ayudado).












El sábado por la tarde lo dedicamos a hacer una ruta por el centro, visitando las zonas más conocidas, y por extensión, concurridas.












En Piazza Novo nos cae un chaparrón que sofocamos refugiados en una iglesia (Roma es la capital con más iglesias por núm. de habitantes), seguimos Campo di Fiori, el majestuoso Panteon, cuyo interior alberga una construcción que su envejecido exterior no aparenta; y acabamos con Fontana di Trevi, donde pasamos un rato divertido haciendo honor a la tradición que dice que hay que tirar una moneda a la fuente de espaldas, con la mano der. Pasándola por encima del hombro izq.
Llegamos al apartamento exhaustos de la jornada. Un descanso, salimos a cenar algo rápido, y caemos rendido en nuestros aposentos.

Domingo, 8 de Abril
A la mañana siguiente, el anfitrión nos homenajea con un almuerzo que, todavía hoy, se nos pone la piel de gallina cada vez que lo recordamos: fruta pelada y troceada; leche; café; galletas, dulce y pasteles artesanales; pastas de pastelería; cereales; tostadas … Un manjar para almorzar como no recordábamos. El único pero era la inquietante presencia del gatito que traía inquietos a Joan y Maria.
Hoy nos toca abordar la zona del Colisseo. No va a ser fácil, pues si ayer encontremos gente, hoy ya es de escándalo. Empiezo a informarme para conseguir entradas al Colisseo y Palantino. La cantidad de colas a soportar es increíble, y yendo con los peques y el sol que está cayendo, para mi desilusión, antoja imposible la visita a estos monumentos. En un arrebato de cambiar la situación negativa que nos invade, Susana y Pepe deciden de preguntar para montar en carros de caballo. Yo no estoy muy de acuerdo en pagar 40€ para dar una vuelta en caballo, pero no tardaremos mucho rato en desestimar la propuesta. La culpa la tienen los 100€ que nos quieren sablear por 40 minutos. Ja!!!
















Tengo la sensación de que estamos gastando la mañana en dar vueltas tontamente si haber hecho ninguna visita. En mi ánimo ronda una desilusión. Y cuando más me ahoga el sentimiento de que no podremos ver el Colisseo, sin darme cuenta, se nos presenta la salvación. Un chico joven, como muchos otros que hay por la zona del Colisseo, se nos acerca para ofrecernos billetes de un Touroperador con visitas al Colisseo y Palantino para grupos, pero al ver que somos españoles, desiste en el intento (por lo visto estaba cerrando grupos en inglés). Corremos tras él y le sugerimos si no tiene algún compañero que esté gestionando algún grupo español. Tras varios minutos de gestiones y llamadas, localiza uno grupo. El compañero, de habla española se desvive en todo momento por conseguirnos entradas. Después de 10 min de gestiones, nos comunica que le ha sido imposible entrarnos. Cono la desilusión más acentuada si cabe, por lo cerca que hemos estado, empezamos a trazar los planes del día. Cuando estamos a punto de abandonar la zona del coliseo, nos aborda el chico diciéndonos que podemos entrar ahora mismo, sin colas, con entradas y guía turística al Colisseo y posteriormente al Palantino y Foro Romano. No hemos acabado de asimilarlo cuando ya nos encontramos en el interior del descomunal monumento. Esta vez la suerte nos ha sonreído de cara. La visita es muy amena y entretenida.
A la salida, disponemos de un pequeño descanso y posteriormente nos dirigimos a toda prisa al Foro Romano. Esta otra visita, debido a las prisas con la que la realizamos se nos hace más pesada (además del calor que soportábamos a la una del mediodía). Si hubiéramos optado por hacerla a nuestro aire, seguramente lo hubiéramos disfrutado más.
Acabamos con la visita relámpago del Palantino y el Foro Romano y nos sentamos a comer unos improvisados bocadillos a precio de oro. Realmente estamos bastante agotados de la mañana, y sería muy recomendable una pausa en forma de siesta en el apartamento, pero la pereza de desplazarnos hasta allí para luego volver a salir nos hace decidirnos por descansar en esta zona peatonal para acto seguido retomar la marcha. Una cosa que también hemos echado muy en falta estos días son los parques para el disfrute y desahogo de los pequeños. Ni uno solo en todo el centro de Roma.


Pues eso, ni cortos ni perezosos, proseguimos nuestro camino por un agradable paseo de la Vía del Foro Romano, hasta el Monumento Vittorio Manuele, un imponente palacio de piedra de color blanca que es de lo más bonito que podemos haber visto por Roma.


El día se está empezando a tapar, y ante el cansancio acumulado, los responsables gastronómicos proponen hacer parada en una heladería, aunque yo más bien lo llamaría un sacacuartos. Resulta que para poder sentarte a comer un helado en su comedor, solamente te sirven helados a partir de un cierto importe, sino no te dejan. Una vez finalizado, y viendo que el cielo amenaza lluvias, decidimos regresar al apartamento. Llegar a coger el autobús adecuado se nos antoja una odisea, pues todos los que pasan están llenos hasta la bandera. Finalmente optamos por un trayecto alternativo, que nos permite llegar al destino sin más contratiempos.
Una siesta reparadora y una posterior cena cerca del apartamento dan por finalizada la jornada. Bueno, de hecho no del todo. Los abuelos nos ofrecen la condicional. Se quedan con los peques mientras nosotros podemos ir a dar una vuelta por Roma una vez caída la noche. La verdad es que los peques están encantados con la habitación de los abuelos, y no paran de jugar y saltar en la cama, hasta caer rendidos. Por nuestra parte, tras un agradable paseo, llegaos a Piazza Spagna. Deben ser las 10 de la noche, y la verdad que nos sorprende verla con tan poca animación. Seguimos caminando hacia Fontana di Trevi. Aquí el ambiente es más animado. Gastamos el tiempo de saborear un helado en compañía de uno de los monumentos más representativos de la ciudad eterna, y acto seguido, retomamos el camino de vuelta al apartamento, esta vez en autobús, que las fuerzas ya andan un poquito más justas.

Lunes, 9 de abril
Nos levantamos tarde. Llevamos dos jornadas agotadoras, y como no hacemos descanso al mediodía, tampoco conviene madrugar mucho para dosificar fuerzas. Y los días en Roma no pueden empezar mejor, con unos almuerzos de película. El objetivo de hoy es Ciudad del Vaticano. Por los pelos, cogemos a la carrera el autobús 86 que nos conducirá a Termini para enlazar con el metro. Nada más sentarnos y relajarnos por la carrera, denoto que a Susana se le está descomponiendo la cara. Cuál es mi sorpresa al levantar la mirada que al lado de mi padre hay un revisor verificando los billetes a un pasajero. Nada más girar la mirada, veo que tras mi madre hay otro revisor controlando más billetes…. nos va a caer la del pulpo. El subidón de adrenalina está más que justificado por no tener ninguno de nosotros billete alguno. En medio de la excitación, oigo una campana de fondo…. Bingo, parada del autobús. Ante el desconcierto de mis padres y de los niños, Susana y yo abrimos las puertas y obligamos a salir corriendo del autobús. El trayecto ha sido en total de uno doscientos metros, corto pero intenso. Ya han pasado más de diez minutos desde nuestro desencuentro, y todavía me tiemblan las rodillas.
La llegada a Ciudad Vaticano, como era de esperar nos depara una aglomeración de gente importante. No entra en nuestros planes hacer la cola para entrar a los museos y Capilla Sixtina. Tras disfrutar un rato de esta emblemática zona, nos dirigimos hacia Castillo de Sant Angelo. Toca ir buscando algún sitio para comer. Nos acercamos a Campo di Fiori, pero en el día de hoy se antoja difícil encontrar algo que reúna las tres B: bueno, bonito y barato. Finalmente encontramos una terraza en la que estamos cómodos, y comemos relativamente bien, aunque siempre quedará recordado el lugar por la Grappa que el gentil camarero ofreció al abuelo y este aceptó gratamente creyendo que se trataba de una degustación… si, si, una degustación remunerada a precio de oro. Por lo que paguemos casi podíamos haber comprado la botella entera.


Aprovechamos la tarde para hacer algunas compras en Campo de Fiori. Hay "bambina", como le han brillado los ojos al comerciante cuando le has dicho que te cobrara un paquete de pasta en forma de pene.
La tarde nos deparará una sorpresa más. Nos dirigimos al barrio de Trastevere, una zona más tranquila y bohémica al otro lado del rió Tevere. El ambiente que se respira es muy acogedor y agradable. Me gusta mucho esta zona, y dispone de múltiples rincones con encanto para inmortalizar con la cámara. De camino de vuelta, volvemos a cruzar el rio Tevere por la isla Tiberina, donde finalmente Susana y yo caemos en el deseo de comprar unos pequeños lienzos para casa con la representación de los monumentos más emblemáticos de Roma.
El paseo prosigue por Piazza del Campidoglio, donde se encuentra el Ayuntamiento y una representación del a estatua de Rómulo y Remo alimentados por la loba. Acabamos en la vía romana, para dirigirnos hasta el Colisseo, donde nos dejaos caer en los alrededores para descansar y tomar el camino de regreso hacia el apartamento, esta vez sí, comprando los correspondiente billetes. Por hoy ya hemos corrido bastante.

Martes, 10 de abril
El sentimiento esta mañana ya es diferente al de las otras. En nuestros cuerpos pesa el cansancio acumulado, y en nuestra mente el sentimiento de que hoy volvemos de regreso a casa. Recogemos todo y nos disponemos a gastar la mañana dando una pequeña vuelta por la zona de la Catedral de Sant Maggiore.
Disfrutamos de un mercado callejero, y algún centro comercial, pero en nuestros sentimientos están las ganas de volver para casa, por lo que dejamos que vayan cayendo las horas. Después de comer, nos acercamos al apartamento a por las maletas, y con una hora de antelación, nos acercamos a la estación de autobuses.
Supongo que el día estaba siendo demasiado relajado, por lo que a partir de este momento, las emociones volvieron a flor de piel. En la parada del autobús, la paciencia se iba acabando al ver pasar incesantemente autobuses hacia el aeropuerto, pero ninguno correspondía con el nuestro, y eso que teníamos reserva previa (esta vez no fue tan rodado como en la llegada a Roma). Finalmente llega, y con muchas dificultades, que por momentos dio la impresión que hasta a más de uno le iba la vida, conseguimos cargar maletas y sentarnos en nuestros asientos.
De camino al aeropuerto, recuperábamos la tranquilidad alterada por momentos en la terminal de autobuses. Nada más lejos de la realidad, porque una vez en el aeropuerto, ésta se desvaneció. Facturamos muy rápido y tranquilamente, pero en esta ocasión el problema lo encontramos en el control de aduanas. Unas largas e interminables colas, junto con el cansancio de todos, los pequeños en mayor medida, y que se va acercando la hora de embarque en la cola de aduana. Realmente el momento del control de aduana resulta caótico, en parte motivado por los nervios que llevamos. Cabe decir que el trato por parte de los policías, y al ver que vamos con los pequeños, es bastante correcto.
Una vez superado este escollo, salimos corriendo para la puerta de embarque. Por si no tuviéramos bastante, la puerta la cambian y no logramos encontrar la correcta. Finalmente conseguimos encontrarla y directos que vamos para dentro del avión. Intentamos calmarnos poco a poco. En esta ocasión no estamos todos juntos, y el avión va a tope. Durante el viaje de vuelta, Maria cae rendida, mientras que Joan parece estar un poco más inquieto.
En medio del vuelo, y ante la necesidad imperante de evacuar de Joan, pedimos permiso a las azafatas para que nos abran el lavabo. Nos indican que ya está abierto, cosa que no es cierta. Dado que tras 10 min de espera Joan ya no aguanta más, y las azafatas no están por la labor de venir a atendernos, decidimos coger una botella de agua y evacuar allí mismo. De película la cara de la bonita azafata cuando le hago entrega de la botella para que haga con ella lo que crea más conveniente.
Llegamos a Barcelona en la hora prevista. Cogemos el equipaje y nos dirigimos al hotel donde tenemos el coche aparcado.
El viaje realmente ha sido intenso y agotador. Roma no es una ciudad excesivamente preparada para viajar con niños, pero nos llevamos un buen recuerdo y muchas anécdotas para contar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Uso cookies para darte un mejor servicio.
Mi sitio web utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Acepto Leer más