En esta ocasión se trata de un
viaje que me ha tocado emprender lejos de la familia. Por motivos laborales,
debo desplazarme a Venezuela durante quince días. Lo que en un primer momento
puede parecer una oportunidad de conocer un nuevo país y aportar una
enriquecedora experiencia laboral, poco a poco se diluye en preocupaciones,
tanto por el hecho de alejarme de la familia tantos días, como el destino en
sí, pues la situación que vive actualmente el país no es la más deseada. Van
pasando los días y poco a poco voy dejándolo todo a punto para el día de
partida, tanto en el ámbito personal como laboral.
El viaje no lo haré solo. Acompañaré a Toni, junto con quien debemos poder definir y avanzar con los últimos detalles del proyecto. La noche de antes se me hace muy dura moralmente. No me acabo de ver separado de Susana y los pequeños por tantos días. Más que nervios, es una angustia que me recorre por el interior. Y ella se queda sola a cargo de los niños, de la casa y del trabajo. Tengo un contraste de sentimientos: la sensación de estar aprovechando una oportunidad es eclipsada por la nostalgia.
El vuelo sale muy temprano, con
lo que nos toca madrugar para llegar con calma y suficiente antelación al
aeropuerto. Una vez allí, el minutero del reloj parece que no avanza, y los
minutos se convierten en horas. Llega el momento de embarcar. Haremos un primer
vuelo hasta Madrid, donde debemos hacer transbordo para coger otro que nos
llevará hasta Caracas. Sin contratiempos llegamos a Madrid, y nos cruzamos todo
el aeropuerto andando desde la zona de llegadas hasta la puerta de embarque de
nuestro siguiente vuelo. Debemos esperar un buen rato hasta que nos abren la
puerta. El vuelo será largo. Quedan por delante ocho horas de vuelo. Ya he
venido preparado para la ocasión. Llevo revistas y un interesante y recomendable
libro, sobretodo si eres un apasionado de la montaña. Se trata de la biografía
de Edurne Pasaban, la primera mujer en coronar los catorce cumbres por encima
de los ocho mil metros. Lo narra desde una perspectiva personal, desde el
interior, un poco como la línea que sigue este blog.
El vuelo se hace eterno. Ni el
libro, ni las comidas, ni las películas o la música consiguen que al final se
haga pesado. Finalmente llegamos a Venezuela. Ya es tarde. Hay una diferencia
horaria de 6,5 horas menos respecto a España, con lo que pronto nos tocaría
cenar e ir a dormir. Aterrizamos en el aeropuerto de Maiquetia, situado en la
costa Venezolana. La primera impresión es que el país debe ser pequeño, no como
extensión, pero si como nación. El aeropuerto no es ni mucho menos como el de
Barajas o el del Prat. El control aduanero se va alargando. En el momento de
cruzarlo, me invade un cosquilleo interior, sabedor que entro en un país que
contrasta con lo visitado los últimos años.
Recogemos el equipaje y salimos
del aeropuerto. Enseguida Toni reconoce a Terry, que ha venido a recogernos al
aeropuerto con un conocido que nos hará de taxista. Al salir del aeropuerto y
del cobijo de los aires acondicionados, me sorprende el bochorno que hace. Es
un calor pesado, no de temperatura, sino de ambiente. Esta sensación de agobio
que me invade, supongo que por aclimatación, se irá diluyendo hasta al final
pasarme desapercibida.
El vehículo en el que nos subimos
es bastante viejo. Salimos a toda prisa del aeropuerto. Por lo visto el
trayecto es largo. Nos dirigimos a La Victoria, ciudad donde pasaremos los
próximos diez días. Para ello deberemos cruzar el Parque Nacional del Ávila,
cordillera montañera a pie de costa que separa la capital de Caracas de la
costa, y posteriormente rodear Caracas. La carretera está bastante cargada de
tráfico. Toni va entablando conversación con Terry. Ya se conocen de anteriores
viajes. Yo mientras tanto ando perdido en mis pensamientos, asimilando la
avalancha de novedades que se me viene encima. El tipo de conducción es mucho
más agresiva de lo que estamos acostumbrados por España.
Los vehículos son
típicos americanos, aunque también hay un buen parque de vehículos japoneses.
Las rancheras son muy habituales. En general, el parque automovilístico es
bastante viejo. Nada más salir del aeropuerto, encaramos una fuerte subida de
varios km. Partimos de una altura de 0 m respecto al nivel del mar y debemos
salvar una cordillera de unos 1000mts. Vamos adelantando camiones que suben a
paso muy lento sobrecargados de sobremanera, nos adelantan rancheras a toda
velocidad, en el arcén de la autopista en cualquier rincón encuentras coches
apeados en algún garito montado a modo de parada para el viajero…. Y empiezo a
percatarme de un par de cosas que serán constantes en todo el viaje: las motos
son un peligro, van como locos, esquivando los coches como si de un videojuego
se tratara, de forma anárquica, sin ley, algo muy radical el estilo de
conducción sobre las dos ruedas; y la otra es que los vehículos que se ven más
nuevos o de un poder adquisitivo más elevados, llevan todos los vidrios
tintados. Más adelante me explican que tiene una doble función: la primera es
protección del fuerte sol, y la segunda es pasar desapercibidos de cara a los
demás. Un vehículo siempre puede mostrar un nivel social a la persona que lo
conduce, y si no se sabe quien lo conduce, esa persona no será relacionada con
ese nivel social. Y es que, como no tardaría mucho en descubrir, en Venezuela
hay una descompensación social muy muy grande.
La llegada a Caracas es
espeluznante. Un escalofrío me recorre por el interior cuando veo kilómetros y
kilómetros de montaña cubiertas por chabolas o viviendas de pésima calidad,
todas ellas amontonadas entre sí. La imagen me quedará grabada para el resto de
los días. La noche empieza a caer y nosotros cruzando este desierto de
infraviviendas. No se atisba ningún tipo de ordenación arquitectónico.
Simplemente casas amontonadas una encima de otra y cubriendo toda la superficie
del monte. En todas las viviendas tienen una pequeña luz en la puerta de
entrada, dándole si más cabe un aspecto aterrador al conjunto.
Otro detalle que me marcará es
ver algunos convoyes de camionetas custodiados por motocicletas en las cuales
incluso atisbo a ver algún pasajero perpetrado con un rifle. La escasez de
algunos bienes hace que el índice de allanamiento y asalto haya aumentado a
cuotas bastante preocupantes.
Acabamos con el refrigerio y nos
dirigimos hacia el hotel. Por el camino dejamos a Terry en su casa. Muy
curioso. Vive en un barrio cuya calle está custodiada por unas rejas (como si
de un centro penitenciario se tratara) en ambos extremos, y a las cuales
solamente tienen acceso los habitantes de las viviendas que componen esa calle.
Proseguimos nuestro camino. Para llegar al hotel debemos cruzar todo el centro
de la población. El desorden, ruido y suciedad se acentúan notablemente. Las
calles están repletas de gente encantada de vivir la noche. Llegamos por fin al
hotel. La entrada está custodiada por un vigilante armado, el cual nos permite
el paso previo haber comprobado nuestras identidades. El edificio es de estilo
americano. Se trata de un edificio de doble planta el cual alberga las
habitaciones, distribuidas a modo de Motel americano, todas ellas con salida
directa a un pasillo exterior.
En el centro, y al aire libre, encontramos la recepción. El complejo está amurallado y con la entrada custodiada. En el interior encontramos una amplia zona ajardinada con una gran piscina, una zona de cóctel, otra zona de comedor interior que entendemos que se reserva para celebraciones, y una terraza exterior adyacente a las cocinas donde nos servirán los desayunos cada mañana. La vegetación es autóctona, repleta de palmeras y algún mango.
Las habitaciones son muy antiguas
y viejas, y aunque limpias, inicialmente desanima el pensar que deberé pasar
los próximos quince días aquí. Pero el cansancio me puede y, tras acordar la
hora en que nos encontraremos la mañana siguiente en la terraza para el desayuno,
me voy a dormir.
El cóctel de emociones y
cansancio han hecho que duerma plácidamente. Me levanto como nuevo, con ganas
de descubrir que me depara esta experiencia. Lo primero que hago es encender el
portátil con la intención de conectarme vía Skype para ponerme en contacto con
Susana y los peques, aunque sin muchas ilusiones pues por la diferencia horaria
puede ser complicado coincidir. Sorprendentemente coincidimos y puedo hablar y
verlos en directo. Para Susana es un alivio poder tener noticias mías, y para
los niños una novedad el poder hablar con papá a través de un ordenador cuando
saben que estoy en el otro lado del mundo. La conversación no es muy larga,
pues debo partir para el desayuno, pero sí muy intensa en cuanto emociones.
En el desayuno me está esperando
Toni en una mesa situada en el porche del jardín. Es todo bastante campestre,
muy autentico. Los próximos días podremos escoger entre un almuerzo americano,
compuesto a base de jugos de frutas tropicales, tortilla, judiones, morcilla… u
otro más autóctono a base de frutas tropicales, jugos, tostadas etc… Iremos
combinando para ir probándolos. De lo que sí que no variaré mucho es del jugo
de guanábana, un grato descubrimiento para el paladar.
A media mañana nos viene a recoger
Juan Carlos, la persona responsable del proyecto profesional que estamos
llevando a cabo. Charlamos un buen rato y acto seguido nos dirigimos a la
empresa. En el trayecto volvemos a atravesar toda la ciudad de La Victoria. A
estas horas de la mañana parece dormida, nada que ver con la frenética
actividad que pudimos ver la noche anterior. Una vez llegamos nos presenta a
todo el personal y nos enseña el que será nuestro despacho y centro de
operaciones para los próximos días. Damos una vuelta por la fábrica para ponernos
al día de la situación y de cómo están las cosas. Industrialmente podría
valorarla como una empresa con un sistema de trabajo semi-industrial, con la
intervención de mucho peonaje como mano de obra.
Los próximos días los dedicaremos
profesionalmente a desarrollar y debatir el proyecto para la industrialización
y la automatización de la empresa. El contacto con algunos de los trabajadores
será bastante directo, con lo que la experiencia creo que será muy
enriquecedora.
A nivel personal, cualquier detalle
me servirá como experiencia, como aventura y como vivencia.
La hora de la comida o de la cena
han sido oportunidades para conocer país. Hemos visitado todo tipo de garitos.
Por un lado podemos nombrar un gran centro comercial donde tiene toda una planta
dedicada a la restauración. La forma de operar está basada en un conjunto de
locales donde sirven comida rápida de muy variada tipología, y una zona comedor
común donde poder acomodarse. Es una buena idea, pues de ésta manera es posible
que cada uno elija el tipo de restaurante que más le apetezca y poder compartir
mesa.
También hemos pasado por algo más
modesto y tradicional. En una ocasión visitamos una casa particular que se
dedican a servir comidas. Para ello tienen habilitado el recibidor, pasillo, salita
y comedor con mesas y sillas, y los residentes de la casa se dedican a elaborar
y servir la comida. Es aquí donde he probado platos muy interesantes típicos de
allí, como puede ser el patacón.
Y como no, los rincones que más
me han llegado al corazón. Los garitos callejeros de arepas. Empezando por el
que descubrimos la primera noche nada más llegar a La Victoria, hasta alguno
que se trata del garaje de un barrio trabajador y desolador, donde la gente
aprovecha una parada rápida con el vehículo para recrearse con tan típico
manjar. El relleno puede ser de infinidad de cosas, al igual que las salsas que
lo acompañen o el jugo a escoger. Sin duda el plato por excelencia que mejor
recuerdo me llevo.
El resto de la tarde lo
completamos en la piscina del hotel. Una buena lectura, unas tandas de piscina
y unas buenas dosis de ron venezolano serán nuestro entretenimiento de tarde.
Llega el fin de semana, y aquí
veo yo una oportunidad para vivir un poco más el territorio venezolano. Tras
acabar la jornada del sábado, Juan Carlos nos invita a comer a un asador
venezolano junto a su familia. Nos sirven diferentes tipos de carnes
acompañadas por verduras, todo ello cocinada a la brasa en unas pequeñas
barbacoas que nos disponen a un lado de la mesa, para que las podamos acabar de
hacer a nuestro gusto.
Pasamos una cálida y distendida
velada. A la tarde repetimos sesión de piscina en el hotel, pero al llegar la
noche, y aunque solo sea por una vez, quiero dar una vuelta por la población
para ver en primera persona el ambiente que se respira. Para ello cogemos un
taxi para que nos llebe a la otra punta de la población, donde se encuentra un
centro comercial interesante. Tras pasar un agradable rato, nos dirigimos a pie
hacia un restaurante que Toni recomienda. Se trata del Rey de la Arepa, donde
damos cuenta de unas arepas espectaculares, bien acompañada de unas fresquitas
cervezas. Seguimos nuestro paseo por las zonas de mayor alboroto. Si no fuera
por el hecho de que el uno por el otro nos hacemos compañía, la zona no es del
todo tranquila para estar paseando mucho rato solo por allí. El último tramo
que nos falta hasta llegar al hotel decidimos hacerlo en taxi.
El domingo por la mañana amanece
sin muchos planes a la vista, así que, ni corto ni perezoso, decido calzarme
las zapatillas de correr y me propongo de salir a entrenar un rato. Cojo la
carretera comarcal que parte de la misma puerta del hotel y me voy unos 5
kilómetros hacia el sur, pasando por zonas residenciales bonitas y custodiadas
en su entrada, chabolas a pie de carretera, puestos ambulantes de venta y
servicio de comidas, un colegio muy básico, y huertos donde los aledaños se
abastecen de sus frutos. A la vuelta, unas piscinitas, ducha y un buen
desayuno.
El plan para el resto del día no
está claro, así que propongo aprovechar la calma de la mañana para hacer
turismo por la población. Así lo hacemos, y aprovechamos para visitar la Plaza
de la Libertad, los aledaños del cuartel militar, algunas calles de estilo
colonial, y la plaza central que aunque ahora tiene un aspecto muy desolador, a
la noche es el punto más caliente de toda la población. La tarde la dedicamos
de relax en el hotel.
Una de las cosas que más impresiona
de Caracas, a parte de las montañas de chabolas, es el caos del tráfico. Hay
una inundación de vehículos, y las motocicletas parecen tal como si de hormigas
se trataran. El desorden es total, y el agobio difícilmente de superar para
alguien de fuera. Las motos invaden toda la calzada con una agresividad desmesurada.
Nos cuentan que llega hasta tal punto que si alguien tiene un incidente con un
motorista, todos los motoristas que están alrededor, aún si conocerse, se paran
y la toman con el conducto de forma muy agresiva.
Como muestra de agradecimiento, nos ofrecen los servicios de William para la mañana del sábado para hacer algo de turismo, pues hasta la tarde-noche no tendremos que coger el avión de vuelta a España.
Dicho y hecho. El sábado por la mañana, con las maletas hechas, nos encontramos con William en el pk del hotel. Puesto que hacer turismo por el centro de Caracas puede ser un poco caótico, William nos recomienda hacer una visita por el Monte Ávila, o Parque Nacional Wairaira Epano. Se trata de una cordillera montañosa que separa Caracas de la costa. Es el pulmón verde de la capital Venezolana, y destaca visualmente por ser la zona montañosa que no está afectada por la invasión del chabolismo. El acceso puede ser por medio de un teleférico o terrestre. En nuestro caso William nos introducirá y nos hará una ruta terrestre con el todo terreno que dispone. A diferencia de lo que puede parecer inicialmente, el acceso terrestre no es apto para cualquier tipo de vehículos, pues el firme en algunos tramos es irregular y las pendientes pueden alcanzar tramos de más del 25%.
El trayecto es espectacular tanto por la belleza de los
parajes por los que pasamos, la espectacularidad de las vistas que se atisban y
por la aventura en sí que se trata la propia incursión a esta selva colindante
a Caracas. William nos muestra diferentes rincones inhóspitos. Disfrutamos
mucho del trayecto. Alcanzamos la cima donde el teleférico deposita miles de
turistas. Aquí encontramos una zona de restauración y diferentes miradores. A
partir de éste momento, empezamos la aventura más auténtica, pues nos
incursamos en la zona más rural del parque nacional. Vamos a para a un poblado
donde damos cuenta de unas cervezas y salchichas para comer en alguna parada
que haremos por el camino. Seguimos descubriendo rincones a golpe de volante
por caminos cada vez más salvajes, e incluso en algún tramo vemos con apuro
como con pericia lo consigue salvar.
La bajada la realizamos por la cara norte, la que da a lado de la costa. Es tanto o más espectacular que la subida. Nos acompañan otra serie de vehículos, que por disposición y forma hacen del trayecto un rato muy agradable. Finalmente llegamos a la costa. Aquí, con un firme más regular y plano, la recorremos en toda su longitud para poder ver los diferentes destinos de los habitantes de Caracas para desconectar los fines de semana.
En uno de estos rincones decidimos hacer parada para comer. Se trata de una terraza restaurante donde sirven pescado que ellos mismos se han encargado de pescar recientemente. Acompañados de una fresquita cerveza, disfrutamos de sobremanera tanto del manjar, como del lugar y de la compañía.
Esto ya empieza a llegar a su
fin. Ya solo nos queda dirigirnos al cercano aeropuerto de Maiquetia donde
cogeremos el vuelo de regreso. Vamos con bastante antelación por miedo a que
puedan surgir contratiempos, como así acabaría sucediendo. Y es que los
controles aduaneros son bastante estrictos. Primero nos registran al dedillo
todo el equipaje a facturar, y posteriormente harán lo mismo con el equipaje de
embarque.
Del viaje de vuelta poco contaré más
que las ganas de reencontrarme con los de casa se están convirtiendo por
momentos en ansiedad. Estoy tan cansado que me paso la mayoría del viaje
durmiendo. Lo peor del viaje de vuelta es que una vez llegamos a España, lo hacemos
en el aeropuerto de Baraja de Madrid, donde deberemos esperar para hacer
transbordo de avión para embarcar rumbo a Barcelona.
Y hasta aquí un viaje que en
parte ha tenido matices de aventura y en el que profesionalmente he aprendido
muchísimas cosas que de buen seguro me ayudaran en un futuro próximo, y
profesionalmente me he enriquecido con vivencias y experiencias que voy a recordar
por mucho tiempo.
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