martes, 19 de marzo de 2013

Venezuela

En esta ocasión se trata de un viaje que me ha tocado emprender lejos de la familia. Por motivos laborales, debo desplazarme a Venezuela durante quince días. Lo que en un primer momento puede parecer una oportunidad de conocer un nuevo país y aportar una enriquecedora experiencia laboral, poco a poco se diluye en preocupaciones, tanto por el hecho de alejarme de la familia tantos días, como el destino en sí, pues la situación que vive actualmente el país no es la más deseada. Van pasando los días y poco a poco voy dejándolo todo a punto para el día de partida, tanto en el ámbito personal como laboral.


El viaje no lo haré solo. Acompañaré a Toni, junto con quien debemos poder definir y avanzar con los últimos detalles del proyecto. La noche de antes se me hace muy dura moralmente. No me acabo de ver separado de Susana y los pequeños por tantos días. Más que nervios, es una angustia que me recorre por el interior. Y ella se queda sola a cargo de los niños, de la casa y del trabajo. Tengo un contraste de sentimientos: la sensación de estar aprovechando una oportunidad es eclipsada por la nostalgia.
El vuelo sale muy temprano, con lo que nos toca madrugar para llegar con calma y suficiente antelación al aeropuerto. Una vez allí, el minutero del reloj parece que no avanza, y los minutos se convierten en horas. Llega el momento de embarcar. Haremos un primer vuelo hasta Madrid, donde debemos hacer transbordo para coger otro que nos llevará hasta Caracas. Sin contratiempos llegamos a Madrid, y nos cruzamos todo el aeropuerto andando desde la zona de llegadas hasta la puerta de embarque de nuestro siguiente vuelo. Debemos esperar un buen rato hasta que nos abren la puerta. El vuelo será largo. Quedan por delante ocho horas de vuelo. Ya he venido preparado para la ocasión. Llevo revistas y un interesante y recomendable libro, sobretodo si eres un apasionado de la montaña. Se trata de la biografía de Edurne Pasaban, la primera mujer en coronar los catorce cumbres por encima de los ocho mil metros. Lo narra desde una perspectiva personal, desde el interior, un poco como la línea que sigue este blog.
El vuelo se hace eterno. Ni el libro, ni las comidas, ni las películas o la música consiguen que al final se haga pesado. Finalmente llegamos a Venezuela. Ya es tarde. Hay una diferencia horaria de 6,5 horas menos respecto a España, con lo que pronto nos tocaría cenar e ir a dormir. Aterrizamos en el aeropuerto de Maiquetia, situado en la costa Venezolana. La primera impresión es que el país debe ser pequeño, no como extensión, pero si como nación. El aeropuerto no es ni mucho menos como el de Barajas o el del Prat. El control aduanero se va alargando. En el momento de cruzarlo, me invade un cosquilleo interior, sabedor que entro en un país que contrasta con lo visitado los últimos años.
Recogemos el equipaje y salimos del aeropuerto. Enseguida Toni reconoce a Terry, que ha venido a recogernos al aeropuerto con un conocido que nos hará de taxista. Al salir del aeropuerto y del cobijo de los aires acondicionados, me sorprende el bochorno que hace. Es un calor pesado, no de temperatura, sino de ambiente. Esta sensación de agobio que me invade, supongo que por aclimatación, se irá diluyendo hasta al final pasarme desapercibida.
El vehículo en el que nos subimos es bastante viejo. Salimos a toda prisa del aeropuerto. Por lo visto el trayecto es largo. Nos dirigimos a La Victoria, ciudad donde pasaremos los próximos diez días. Para ello deberemos cruzar el Parque Nacional del Ávila, cordillera montañera a pie de costa que separa la capital de Caracas de la costa, y posteriormente rodear Caracas. La carretera está bastante cargada de tráfico. Toni va entablando conversación con Terry. Ya se conocen de anteriores viajes. Yo mientras tanto ando perdido en mis pensamientos, asimilando la avalancha de novedades que se me viene encima. El tipo de conducción es mucho más agresiva de lo que estamos acostumbrados por España. 
Los vehículos son típicos americanos, aunque también hay un buen parque de vehículos japoneses. Las rancheras son muy habituales. En general, el parque automovilístico es bastante viejo. Nada más salir del aeropuerto, encaramos una fuerte subida de varios km. Partimos de una altura de 0 m respecto al nivel del mar y debemos salvar una cordillera de unos 1000mts. Vamos adelantando camiones que suben a paso muy lento sobrecargados de sobremanera, nos adelantan rancheras a toda velocidad, en el arcén de la autopista en cualquier rincón encuentras coches apeados en algún garito montado a modo de parada para el viajero…. Y empiezo a percatarme de un par de cosas que serán constantes en todo el viaje: las motos son un peligro, van como locos, esquivando los coches como si de un videojuego se tratara, de forma anárquica, sin ley, algo muy radical el estilo de conducción sobre las dos ruedas; y la otra es que los vehículos que se ven más nuevos o de un poder adquisitivo más elevados, llevan todos los vidrios tintados. Más adelante me explican que tiene una doble función: la primera es protección del fuerte sol, y la segunda es pasar desapercibidos de cara a los demás. Un vehículo siempre puede mostrar un nivel social a la persona que lo conduce, y si no se sabe quien lo conduce, esa persona no será relacionada con ese nivel social. Y es que, como no tardaría mucho en descubrir, en Venezuela hay una descompensación social muy muy grande.
La llegada a Caracas es espeluznante. Un escalofrío me recorre por el interior cuando veo kilómetros y kilómetros de montaña cubiertas por chabolas o viviendas de pésima calidad, todas ellas amontonadas entre sí. La imagen me quedará grabada para el resto de los días. La noche empieza a caer y nosotros cruzando este desierto de infraviviendas. No se atisba ningún tipo de ordenación arquitectónico. Simplemente casas amontonadas una encima de otra y cubriendo toda la superficie del monte. En todas las viviendas tienen una pequeña luz en la puerta de entrada, dándole si más cabe un aspecto aterrador al conjunto.
Otro detalle que me marcará es ver algunos convoyes de camionetas custodiados por motocicletas en las cuales incluso atisbo a ver algún pasajero perpetrado con un rifle. La escasez de algunos bienes hace que el índice de allanamiento y asalto haya aumentado a cuotas bastante preocupantes.
Ya es tarde y oscuro, y finalmente llegamos a La Victoria. Puesto que no hemos cenado todavía, decidimos parar para tomar algo. Y mi primera incursión en territorio venezolano no podría ser más auténtica. Paramos en un puesto ambulante en plena calle donde probaré por primera vez una arepa. Se trata de un pan de maíz, de forma circular, que se puede cocinar asado o a la parrilla; se rellena o acompaña con diferentes ingredientes. Si no fuera porque vamos acompañados por gente autóctona, no creo que se me hubiera ocurrido nunca parar y bajarme del coche en un lugar como ese. Las calles están sucias y desordenadas, repletas de gente en diferentes grupos. El puesto en si no deja de ser una garita metálica con un olor a fritanga embriagador. Y si a todo ello le unimos la oscuridad, el paso de vehículos desordenadamente y el ruido de fondo de música latina, el coctel provoca una sensación de inseguridad bastante alta. Supongo que todavía estoy en choc de todas las emociones que me están invadiendo el cuerpo y las que todavía no soy capaz de asimilar.
Acabamos con el refrigerio y nos dirigimos hacia el hotel. Por el camino dejamos a Terry en su casa. Muy curioso. Vive en un barrio cuya calle está custodiada por unas rejas (como si de un centro penitenciario se tratara) en ambos extremos, y a las cuales solamente tienen acceso los habitantes de las viviendas que componen esa calle. Proseguimos nuestro camino. Para llegar al hotel debemos cruzar todo el centro de la población. El desorden, ruido y suciedad se acentúan notablemente. Las calles están repletas de gente encantada de vivir la noche. Llegamos por fin al hotel. La entrada está custodiada por un vigilante armado, el cual nos permite el paso previo haber comprobado nuestras identidades. El edificio es de estilo americano. Se trata de un edificio de doble planta el cual alberga las habitaciones, distribuidas a modo de Motel americano, todas ellas con salida directa a un pasillo exterior.




En el centro, y al aire libre, encontramos la recepción. El complejo está amurallado y con la entrada custodiada. En el interior encontramos una amplia zona ajardinada con una gran piscina, una zona de cóctel, otra zona de comedor interior que entendemos que se reserva para celebraciones, y una terraza exterior adyacente a las cocinas donde nos servirán los desayunos cada mañana. La vegetación es autóctona, repleta de palmeras y algún mango.
Las habitaciones son muy antiguas y viejas, y aunque limpias, inicialmente desanima el pensar que deberé pasar los próximos quince días aquí. Pero el cansancio me puede y, tras acordar la hora en que nos encontraremos la mañana siguiente en la terraza para el desayuno, me voy a dormir.
El cóctel de emociones y cansancio han hecho que duerma plácidamente. Me levanto como nuevo, con ganas de descubrir que me depara esta experiencia. Lo primero que hago es encender el portátil con la intención de conectarme vía Skype para ponerme en contacto con Susana y los peques, aunque sin muchas ilusiones pues por la diferencia horaria puede ser complicado coincidir. Sorprendentemente coincidimos y puedo hablar y verlos en directo. Para Susana es un alivio poder tener noticias mías, y para los niños una novedad el poder hablar con papá a través de un ordenador cuando saben que estoy en el otro lado del mundo. La conversación no es muy larga, pues debo partir para el desayuno, pero sí muy intensa en cuanto emociones.
En el desayuno me está esperando Toni en una mesa situada en el porche del jardín. Es todo bastante campestre, muy autentico. Los próximos días podremos escoger entre un almuerzo americano, compuesto a base de jugos de frutas tropicales, tortilla, judiones, morcilla… u otro más autóctono a base de frutas tropicales, jugos, tostadas etc… Iremos combinando para ir probándolos. De lo que sí que no variaré mucho es del jugo de guanábana, un grato descubrimiento para el paladar.
A media mañana nos viene a recoger Juan Carlos, la persona responsable del proyecto profesional que estamos llevando a cabo. Charlamos un buen rato y acto seguido nos dirigimos a la empresa. En el trayecto volvemos a atravesar toda la ciudad de La Victoria. A estas horas de la mañana parece dormida, nada que ver con la frenética actividad que pudimos ver la noche anterior. Una vez llegamos nos presenta a todo el personal y nos enseña el que será nuestro despacho y centro de operaciones para los próximos días. Damos una vuelta por la fábrica para ponernos al día de la situación y de cómo están las cosas. Industrialmente podría valorarla como una empresa con un sistema de trabajo semi-industrial, con la intervención de mucho peonaje como mano de obra.
Los próximos días los dedicaremos profesionalmente a desarrollar y debatir el proyecto para la industrialización y la automatización de la empresa. El contacto con algunos de los trabajadores será bastante directo, con lo que la experiencia creo que será muy enriquecedora.
A nivel personal, cualquier detalle me servirá como experiencia, como aventura y como vivencia.
La hora de la comida o de la cena han sido oportunidades para conocer país. Hemos visitado todo tipo de garitos. Por un lado podemos nombrar un gran centro comercial donde tiene toda una planta dedicada a la restauración. La forma de operar está basada en un conjunto de locales donde sirven comida rápida de muy variada tipología, y una zona comedor común donde poder acomodarse. Es una buena idea, pues de ésta manera es posible que cada uno elija el tipo de restaurante que más le apetezca y poder compartir mesa.
También hemos pasado por algo más modesto y tradicional. En una ocasión visitamos una casa particular que se dedican a servir comidas. Para ello tienen habilitado el recibidor, pasillo, salita y comedor con mesas y sillas, y los residentes de la casa se dedican a elaborar y servir la comida. Es aquí donde he probado platos muy interesantes típicos de allí, como puede ser el patacón.
Y como no, los rincones que más me han llegado al corazón. Los garitos callejeros de arepas. Empezando por el que descubrimos la primera noche nada más llegar a La Victoria, hasta alguno que se trata del garaje de un barrio trabajador y desolador, donde la gente aprovecha una parada rápida con el vehículo para recrearse con tan típico manjar. El relleno puede ser de infinidad de cosas, al igual que las salsas que lo acompañen o el jugo a escoger. Sin duda el plato por excelencia que mejor recuerdo me llevo.
La semana iba transcurriendo trabajando durante todo el día, y a la tarde nos conducían al hotel. No nos recomiendan salir por la noche por la ciudad solos. Sí que es cierto que, como que en el hotel solamente sirven desayunos, debemos buscarnos la vida para la cena. En algún caso nos acompañara Juan Carlos o algún empleado, pero en otros, solicitaremos un taxi para ir al pueblo a cenar. Sí que es cierto que a partir de media tarde el ambiente en la población empieza a enrarecerse y no es muy recomendable deambular mucho por según qué zonas, por lo que en la mayoría de ocasiones utilizaremos un taxi para ir y volver al restaurante.
El resto de la tarde lo completamos en la piscina del hotel. Una buena lectura, unas tandas de piscina y unas buenas dosis de ron venezolano serán nuestro entretenimiento de tarde.
Llega el fin de semana, y aquí veo yo una oportunidad para vivir un poco más el territorio venezolano. Tras acabar la jornada del sábado, Juan Carlos nos invita a comer a un asador venezolano junto a su familia. Nos sirven diferentes tipos de carnes acompañadas por verduras, todo ello cocinada a la brasa en unas pequeñas barbacoas que nos disponen a un lado de la mesa, para que las podamos acabar de hacer a nuestro gusto.
Pasamos una cálida y distendida velada. A la tarde repetimos sesión de piscina en el hotel, pero al llegar la noche, y aunque solo sea por una vez, quiero dar una vuelta por la población para ver en primera persona el ambiente que se respira. Para ello cogemos un taxi para que nos llebe a la otra punta de la población, donde se encuentra un centro comercial interesante. Tras pasar un agradable rato, nos dirigimos a pie hacia un restaurante que Toni recomienda. Se trata del Rey de la Arepa, donde damos cuenta de unas arepas espectaculares, bien acompañada de unas fresquitas cervezas. Seguimos nuestro paseo por las zonas de mayor alboroto. Si no fuera por el hecho de que el uno por el otro nos hacemos compañía, la zona no es del todo tranquila para estar paseando mucho rato solo por allí. El último tramo que nos falta hasta llegar al hotel decidimos hacerlo en taxi.
El domingo por la mañana amanece sin muchos planes a la vista, así que, ni corto ni perezoso, decido calzarme las zapatillas de correr y me propongo de salir a entrenar un rato. Cojo la carretera comarcal que parte de la misma puerta del hotel y me voy unos 5 kilómetros hacia el sur, pasando por zonas residenciales bonitas y custodiadas en su entrada, chabolas a pie de carretera, puestos ambulantes de venta y servicio de comidas, un colegio muy básico, y huertos donde los aledaños se abastecen de sus frutos. A la vuelta, unas piscinitas, ducha y un buen desayuno.


El plan para el resto del día no está claro, así que propongo aprovechar la calma de la mañana para hacer turismo por la población. Así lo hacemos, y aprovechamos para visitar la Plaza de la Libertad, los aledaños del cuartel militar, algunas calles de estilo colonial, y la plaza central que aunque ahora tiene un aspecto muy desolador, a la noche es el punto más caliente de toda la población. La tarde la dedicamos de relax en el hotel.
Van pasando los días y llega el momento de finalizar con este proyecto. Pero antes de volver para España, debemos pasar unos días en Caracas, visitando a otro cliente. Tras las despedidas y agradecimientos, nos dirigimos a la capital Venezolana. El ambiente está muy enrarecido por la situación política en la que se encuentra. Nos hospedamos en un gran hotel un poco alejado de lo que es el centro de la urbe. Las habitaciones nada tienen que ver con las del hotel de La Victoria. En este caso se trata de un hotel de alta gama, con unas habitaciones nuevas y muy amplias. Es de agradecer para conseguir un buen descanso previo a nuestro viaje de regreso a España. En Caracas pasaremos los próximos dos días.
Una de las cosas que más impresiona de Caracas, a parte de las montañas de chabolas, es el caos del tráfico. Hay una inundación de vehículos, y las motocicletas parecen tal como si de hormigas se trataran. El desorden es total, y el agobio difícilmente de superar para alguien de fuera. Las motos invaden toda la calzada con una agresividad desmesurada. Nos cuentan que llega hasta tal punto que si alguien tiene un incidente con un motorista, todos los motoristas que están alrededor, aún si conocerse, se paran y la toman con el conducto de forma muy agresiva.
El primer día nos viene a buscar el cliente y nos dirige a la población de Guatire. A la salida de Caracas vuelvo a quedar impresionado por la urbe kilómetrica de monte cubierto por chabolas o infraviviendas. Llegamos a la población, y en este caso encontramos un caos mayor que el vivido en La Victoria. Las calles están tomadas por una marea de personas y un mercado adyacente. El paso a través de ellos es lento y peligroso. Nos lleva mucho tiempo cruzarlo. Ascendemos por un monte hacia una zona industrial. Encontramos retenciones por un accidente de tráfico. En la última hora, el caos reina alrededor nuestro. Tras mucho esfuerzo y cruzando por zonas inimaginables, llegamos a la primera de las empresas que debemos visitar de este cliente. Pasamos parte de la mañana discutiendo sobre diferentes temas. La vuelta a Caracas no es tan conflictiva. El viernes en principio no teníamos previsto más visitas, y la idea era de acabar de ordenar todo el trabajo preparado los últimos días y descansar para el viaje de vuelta del día siguiente, pero el cliente nos pide que al día siguiente visitemos otra planta que tiene en la población rural de Caucagua. Accedemos a ello, y a la mañana siguiente a primera hora William, el chofer del cliente, nos recoge del hotel para conducirnos hasta la planta. Allí nos presentan los proyectos que quieren que desarrollemos y tomamos buena nota.
Como muestra de agradecimiento, nos ofrecen los servicios de William para la mañana del sábado para hacer algo de turismo, pues hasta la tarde-noche no tendremos que coger el avión de vuelta a España.
Dicho y hecho. El sábado por la mañana, con las maletas hechas, nos encontramos con William en el pk del hotel. Puesto que hacer turismo por el centro de Caracas puede ser un poco caótico, William nos recomienda hacer una visita por el Monte Ávila, o Parque Nacional Wairaira Epano. Se trata de una cordillera montañosa que separa Caracas de la costa. Es el pulmón verde de la capital Venezolana, y destaca visualmente por ser la zona montañosa que no está afectada por la invasión del chabolismo. El acceso puede ser por medio de un teleférico o terrestre. En nuestro caso William nos introducirá y nos hará una ruta terrestre con el todo terreno que dispone. A diferencia de lo que puede parecer inicialmente, el acceso terrestre no es apto para cualquier tipo de vehículos, pues el firme en algunos tramos es irregular y las pendientes pueden alcanzar tramos de más del 25%.

 




El trayecto es espectacular tanto por la belleza de los parajes por los que pasamos, la espectacularidad de las vistas que se atisban y por la aventura en sí que se trata la propia incursión a esta selva colindante a Caracas. William nos muestra diferentes rincones inhóspitos. Disfrutamos mucho del trayecto. Alcanzamos la cima donde el teleférico deposita miles de turistas. Aquí encontramos una zona de restauración y diferentes miradores. A partir de éste momento, empezamos la aventura más auténtica, pues nos incursamos en la zona más rural del parque nacional. Vamos a para a un poblado donde damos cuenta de unas cervezas y salchichas para comer en alguna parada que haremos por el camino. Seguimos descubriendo rincones a golpe de volante por caminos cada vez más salvajes, e incluso en algún tramo vemos con apuro como con pericia lo consigue salvar.
La bajada la realizamos por la cara norte, la que da a lado de la costa. Es tanto o más espectacular que la subida. Nos acompañan otra serie de vehículos, que por disposición y forma hacen del trayecto un rato muy agradable. Finalmente llegamos a la costa. Aquí, con un firme más regular y plano, la recorremos en toda su longitud para poder ver los diferentes destinos de los habitantes de Caracas para desconectar los fines de semana.


En uno de estos rincones decidimos hacer parada para comer. Se trata de una terraza restaurante donde sirven pescado que ellos mismos se han encargado de pescar recientemente. Acompañados de una fresquita cerveza, disfrutamos de sobremanera tanto del manjar, como del lugar y de la compañía.





Esto ya empieza a llegar a su fin. Ya solo nos queda dirigirnos al cercano aeropuerto de Maiquetia donde cogeremos el vuelo de regreso. Vamos con bastante antelación por miedo a que puedan surgir contratiempos, como así acabaría sucediendo. Y es que los controles aduaneros son bastante estrictos. Primero nos registran al dedillo todo el equipaje a facturar, y posteriormente harán lo mismo con el equipaje de embarque.
Del viaje de vuelta poco contaré más que las ganas de reencontrarme con los de casa se están convirtiendo por momentos en ansiedad. Estoy tan cansado que me paso la mayoría del viaje durmiendo. Lo peor del viaje de vuelta es que una vez llegamos a España, lo hacemos en el aeropuerto de Baraja de Madrid, donde deberemos esperar para hacer transbordo de avión para embarcar rumbo a Barcelona.
Aterrizamos, recogemos equipaje y nos dirigimos a la zona de recogidas, donde alguien de la empresa nos deberá recoger. Para mi gran sorpresa, allí se encuentra Susana con los pequeños. El mundo me gira de golpe. Me inunda una alegría y satisfacción que no doy crédito. Si algo deseaba en aquel preciso instante era eso mismo, poder reencontrarme con ellos lo antes posible, y habían tenido el detalle de venir a recogerme al aeropuerto, cuando yo los hacia esperándome en casa.
Y hasta aquí un viaje que en parte ha tenido matices de aventura y en el que profesionalmente he aprendido muchísimas cosas que de buen seguro me ayudaran en un futuro próximo, y profesionalmente me he enriquecido con vivencias y experiencias que voy a recordar por mucho tiempo.

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